martes, 22 de abril de 2014

El discurso sobre las especies invasoras

A veces se oye hablar de especies invasoras (o invasivas) y generalmente en un tono negativo pues, según se dice, los individuos de estas especies desplazan a los de las especies autóctonas, acaban con ciertos cultivos o modifican de alguna otra manera el entorno natural en el que se introducen. (Sin olvidar tampoco que, entre los efectos indeseables que producen, casi siempre están cuantiosas pérdidas económicas para el ser humano). Los casos del mejillón cebra y del caracol manzana, por ejemplo, se han hecho populares por estos lares en los últimos tiempos. Del discurso sobre las especies invasoras (al menos, el difundido por los medios de comunicación) siempre me han sorprendido varias cosas.

La primera es la similitud que presenta con el discurso xenófobo en Europa sobre la invasión que padecemos, o podríamos padecer, por parte de los inmigrantes ilegales -sí, sólo son invasores los ilegales. El propio término ‘invasión’ es bastante elocuente. La idea que hay detrás es que lo que viene de fuera es invasivo, ya se trate de especies animales, de especies vegetales o de cierto tipo de personas. En cambio, cuando somos nosotros o nuestras cosas (incluidas nuestras especies vegetales y animales) los que se introducen en otro hábitat, se trata de descubrimiento y expansión. El discurso sensacionalista sobre las especies invasoras es muy parecido al que a veces se produce cuando se habla de las razas de perro peligrosas, estableciendo un nexo entre raza y peligrosidad que carece de fundamento serio. Aunque sea arriesgado por mi parte, pues no dispongo de datos ni de estudios serios, me inclino por pensar que en muchos de los alarmantes casos de especies invasoras hay mucho destrozo de ciertas infraestructuras humanas que cuestan mucho dinero, y poco destrozo del medio natural. Sin embargo, esto es mera especulación por mi parte y, en lo que sigue, voy a tratar el tema como si el principal problema que nos generaran las llamadas ‘especies invasoras’ fuera el deterioro grave e irreversible del medio ambiente.

Asumiendo, entonces, que, al menos a veces, las especies venidas de fuera han desplazado a otras locales o han causado algún tipo de daño al medio natural, lo destacable es que estas especies consideradas invasoras han sido introducidas en el medio, voluntariamente o no, por el hombre. Y esta es la segunda cosa que me sorprende del discurso alarmista sobre las especies invasoras: el hecho de culpabilizar a estas especies de cierto deterioro cuando los verdaderos culpables somos nosotros. De nuevo, lo mismo es aplicable al caso de las otras personas, los venidos de fuera: es absurdo culpabilizarles de nuestro empobrecimiento, pues somos nosotros, los del llamado ‘primer mundo’, los que les hemos empujado a venir y hasta les hemos obligado a ello cuando les hemos necesitado.

El tercer factor sorprendente detrás de este discurso es que ¡es el ser humano el que está catalogando a las otras especies de invasoras! Sin duda, parece un mal chiste. ¿Hay alguien en todo el planeta más invasor que el Homo sapiens? Hemos arrebatado su hábitat natural a muchas especies animales y vegetales, contribuyendo decisivamente a su extinción, hemos modificado de manera irreversible el entorno en el que vivían otras especies antes que nosotros, ¡hasta hemos modificado algunas especies! Seguramente es natural en el ser humano la tendencia al especismo[1], pero que el Homo sapiens hable del caracol manzana, pongamos por caso, como de una especie altamente perjudicial para algún ecosistema es hilarante.

Por último, la propia idea de que hay especies de fuera y especies autóctonas se hace, en el mundo globalizado de hoy en día, cuando menos algo rara. Si nos parece bien que el hombre se haya expandido a terrenos que un día no habitó, ¿por qué nos parece mal que lo haga cualquier otra especie? ¡Ah, un momento!, que esto tampoco sucede siempre: nos pareció, y nos sigue pareciendo muy bien, que especies como el tomate o la patata se extendieran a regiones en las que no surgieron. Porque el planeta es uno y es para todos, ¿no?




[1] La idea de que las otras especies animales son tan inferiores a la nuestra que merecen una consideración totalmente diferente (desde la negación de derechos para esos individuos hasta el reconocimiento de nuestro derecho a usarlos como queramos).

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