domingo, 29 de septiembre de 2013

Vivir conforme a las propias ideas

Una de las cosas más frustrantes es ver que la gente (incluido uno mismo) no hace lo que reconoce que es más sensato. Durante una conversación, muchas personas asentirán ante la idea de la conveniencia de consumir menos, de proteger el medio ambiente, de no seguir las modas por el mero hecho de ser modas, de estar abierto a valorar argumentos que atentan contra lo que uno piensa, y un sinfín de cosas más que encuentran razonables. Pero parece que el discurso no les compromete a nada; consumen innecesariamente incluso endeudándose, siguen cualquier moda por ridícula que sea, jamás escuchan a quien cuestiona sus creencias y un sinfín de estupideces más.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cuando nos obligan a tirar el dinero

Se hace evidente que la actual forma de vida del homo sapiens en la tierra es irracional: derrochadora, contaminante, destructora. Sin sentido. Hay grandes muestras de ello, que son las que nos hacen perder toda esperanza en el ser humano. Pero hoy quiero centrarme en algunas pequeñas cosas que muestran esa irracionalidad en nuestra cotidianeidad: las situaciones en que nos vemos obligados a tirar el dinero, con lo que conlleva, claro, de desperdicio de trabajo humano, de contaminación, de gasto de recursos, etc. Veamos algunos casos concretos:

(i) Nos obligan a pagar por una cantidad extra de medicamentos que no necesitamos. A todos nos ha pasado que el médico nos dice que tomemos un cierto número de pastillas durante un tratamiento y, en la farmacia,  la caja disponible más pequeña tiene muchas más. Ni que decir tiene que en el caso de necesitar dosis muy pequeñas de medicación (por tratarse de niños o animales) o en el caso de tratamientos muy cortos, la diferencia entre lo que necesitamos y lo que tenemos que pagar es abismal. Muy bien puede suceder que nos hagan pagar 60 pastillas, por ejemplo, y necesitemos sólo 5[1]. La irracionalidad al servicio de ciertos intereses económicos.

sábado, 21 de septiembre de 2013

La medicina preventiva

La medicina preventiva debería prevenir enfermedades, tal como indica su nombre. Sin embargo, más que a una serie de prácticas encaminadas a evitar caer en la enfermedad, llamamos ‘medicina preventiva’ a una serie de pruebas médicas de detección precoz de las enfermedades: analíticas, mamografías, chequeos, etc. Pero este tipo de pruebas no previenen nada; sólo detectan más o menos pronto lo que ya está. Y aunque es importante detectar a tiempo ciertas enfermedades o anomalías, la detección precoz no debería ser considerada medicina preventiva.

La auténtica medicina preventiva tiene mucho de preventiva y poco de medicina, pues se trata de adoptar una serie de hábitos, alejados de la práctica médica habitual, encaminados a mantenernos sanos. Entre estos hábitos están, como sabemos, el llevar una alimentación correcta, hacer el ejercicio adecuado, dormir las horas necesarias, seguir hábitos higiénicos mínimos, llevar una vida medianamente satisfactoria, no consumir sustancias tóxicas, etc. En fin, todas aquellas prácticas que el sentido común nos dice que contribuyen a perpetuar la salud, cuando la tenemos (y, muchas veces, también sirven para recuperarla si la hemos perdido). Sin embargo, desde los estamentos oficiales no se incide en la importancia del modo de vida para estar sano. Es más, en general, los propios médicos de cabecera ni indagan mucho en los hábitos de vida de sus pacientes ni les insisten lo suficiente, más allá de la recomendación de dejar de fumar, en la importancia de seguir hábitos saludables.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Comprar racionalmente: comprar lo mínimo

La conclusión a la que he llegado es que comprar racionalmente es, por encima de todo, comprar sólo lo necesario el número mínimo de veces. En el resto del post, voy a desarrollar esta idea. Parto del supuesto que al comprar, igual que con otras muchas actividades, debemos guiarnos por la razón, y no por impulsos. Lo primero es ser consciente de lo que significa comprar. Adquirir objetos o servicios no es gratis, así que, como el dinero (honrado) procede del trabajo, comprar se puede ver como cambiar una parte de nuestro trabajo por otra cosa. En general, trabajar es costoso y lo más racional parece ser intercambiar nuestro trabajo por algo que realmente merezca la pena.

Por supuesto, lo que necesitamos para vivir dignamente no sólo merece la pena sino que parece ser el fin por el que trabajamos. Una de esas cosas es el alimento. Si uno, por lo que sea, puede conseguirlo por otras vías legítimas (por ejemplo, produciendo su propio alimento), perfecto; si no, tenemos que comprar la comida. Otra de las cosas que no podemos librarnos de comprar a veces es la ropa y el calzado. Aunque hay formas de conseguir estas cosas sin comprarlas, a veces habrá que hacerlo. Sin duda tener un techo, es una necesidad básica pero, aunque generalmente hay que pagar por ella, no necesariamente hay que comprar una vivienda. Otras cosas que a veces tendremos que comprar, pues también pueden ser necesarias para vivir satisfactoriamente, son ciertos objetos o servicios relacionados con nuestro ocio: libros, discos, entradas para algún espectáculo, viajes, etc. Y no precisamos de muchas cosas más, entre ellas, algunos enseres para el hogar.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Un día (ir)racional

Una actitud responsable y precavida: repasar y comprobar en qué gastamos el dinero.

Acciones del día X:

(1) Vamos a comprar algunas cosas al supermercado Carreflús[1] (de momento, no hemos encontrado alternativa para adquirir ciertos productos). Pagamos y repasamos el ticket de compra: nos han cobrado por un producto un precio más alto del que marcaba en el estante. Protestamos y nos devuelven el dinero extra. Ya es la cuarta o la quinta vez que nos sucede en lo que va de año (y eso que venimos poco). ¿Tendremos que pensar mal del señor Carreflús ya que los errores siempre son favorables a su bolsillo?

jueves, 12 de septiembre de 2013

La doctrina de Hamlet

Hace unos días me topé con una expresión feliz: ‘la doctrina de Hamlet’ (bueno, la leí en inglés: ‘the Hamlet doctrine’). Según explicaban, tal doctrina constituye la paradoja moderna de nuestras vidas; consiste en saber demasiado y no hacer nada, tal como le sucedía a Hamlet. Me gustó la expresión porque me pareció un buen meme para catalogar muchas de nuestras prácticas. Repasemos algunas:

(i) Pese a ser plenamente conscientes de las consecuencias negativas que comporta para nuestro planeta, no hacemos nada para cambiar nuestros hábitos de consumo. Seguimos consumiendo mucho más de lo necesario: continuamente tiramos comida que por despiste ha caducado, compramos cosas que ni siquiera llegamos a estrenar, vamos de compras para desestresarnos, gastamos dinero para sustituir objetos funcionales pero pasados de moda, etc. Y sabemos que todo lo que consumimos tiene un coste elevado en materias primas, en contaminación, en horas de trabajo.

martes, 10 de septiembre de 2013

Crítica publicitaria: los productos de belleza

A bote pronto, uno diría que hay dos tipos de productos de belleza: los que prometen, como las cremas antiarrugas, mejorar algo considerado feo, y los que prometen, como el maquillaje, camuflar algo considerado feo. Empezaremos hablando del primer tipo de productos. Ante los anuncios de cremas antiarrugas, todos hemos dicho, o pensado alguna vez, que si realmente ese tipo de cremas funcionaran, la gente no tendría arrugas o tendría muchas menos. El hecho, constatado por la simple observación, es que la gente que usa esas cremas está igual de arrugada que la gente que no las usa, y no consigue aparentar ser más joven de lo que es. Otra cosa es que esos usuarios digan que se ven mejor –basándose en alguna diferencia inapreciable para cualquier otro ojo humano- o que se sientan más tranquilos por creer que hacen algo para frenar los efectos del paso del tiempo.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Actuar de modo racional

Con las necesidades básicas cubiertas y sin estar en una situación de desesperación, ¿es racional

comprar algo que ya se tiene en un número suficiente?
atiborrarse de medicamentos antes que prevenir disfunciones y enfermedades?
endeudarse para toda una vida?
creer todo lo que se oye sin cuestionarse nada?
pretender tener un cuerpo que no se tiene?
creer, de entrada y sin más razonamientos, antes a una autoridad que al propio sentido común?
esperar milagros?
no querer experimentar nunca algo nuevo aunque no haya buenas razones en contra?
no cambiar de opinión ante una razón más poderosa?

miércoles, 4 de septiembre de 2013

El ser humano y los otros animales

El homo sapiens es un animal especial, o al menos así nos lo parece a los homo sapiens… Pero no tan especial como para dejar de ser un animal con muchas características en común con el resto de animales. Algo que llama la atención es cómo hoy en día se han impuesto ciertas ideas que contribuyen, pretendidamente o no, a considerarnos más alejados de lo que estamos del reino animal, aplicando diferentes criterios cuando pensamos en nosotros mismos y cuando pensamos en el resto de los animales. Veamos, a modo de ejemplo, algunas de estas ideas:

(i) Es normal tener algún achaque aun siendo joven. Mucha gente cree que no es raro tener algún achaque, una enfermedad menor cronificada o un estado de forma física flojito a partir de los 40 años. Y, aunque es verdad que se puede ser joven y tener alguna enfermedad crónica, con el nivel y la actual esperanza de vida en los países occidentales, tendría que ser anómalo tener algún achaque (incluso leve) antes de los 65 ó 70 años. Cuando pensamos en los animales, en cambio, nos parece lo más normal del mundo que mientras no sean viejos, aunque hayan pasado ya la mitad de su vida, estén sanos y fuertes. ¿Por qué no habríamos de aplicar esto mismo a los seres humanos? Quizá pensamos diferente en nuestro caso porque actualmente no llevamos el tipo de vida acorde con nuestra naturaleza que nos permitiría vivir sin achaques; algo hacemos mal que los animales salvajes –cuando les dejamos- hacen bien. Lo raro es que no nos preguntemos qué es lo que hacemos mal y por qué un animal salvaje en condiciones normales está sano y fuerte, y muchos de nosotros no. [Del mismo modo, hay que preguntarse por qué estamos gordos, por qué usamos gafas, etc.]

lunes, 2 de septiembre de 2013

Una opción racional en un mundo irracional

Vamos a plantear una situación hipotética. Supongamos, por un lado, que hubiese un modo óptimo de alimentarse para el homo sapiens y que consistiese en alimentarse fundamentalmente con carne, pescado, huevos, vegetales, tubérculos y frutas, excluyendo, o limitando en gran medida, los alimentos incorporados recientemente a la alimentación humana, como los cereales, las legumbres o los lácteos. Tal dieta, a diferencia del tipo de dieta recomendada hoy en día desde las instituciones y basada principalmente en la ingesta de hidratos de carbono, se basaría en la grasa y la proteína de origen animal, y en la fibra y vitaminas, junto con una modesta cantidad de carbohidratos, del mundo vegetal. Por otro lado, vamos a suponer que vivimos en un mundo con recursos limitados y con más de 7.000 millones de seres humanos, de forma que la manera óptima de alimentarse descrita anteriormente no resultase viable para todas las personas sin provocar grandes desequilibrios en el planeta y, a la larga, la destrucción de los ecosistemas.