miércoles, 18 de septiembre de 2013

Comprar racionalmente: comprar lo mínimo

La conclusión a la que he llegado es que comprar racionalmente es, por encima de todo, comprar sólo lo necesario el número mínimo de veces. En el resto del post, voy a desarrollar esta idea. Parto del supuesto que al comprar, igual que con otras muchas actividades, debemos guiarnos por la razón, y no por impulsos. Lo primero es ser consciente de lo que significa comprar. Adquirir objetos o servicios no es gratis, así que, como el dinero (honrado) procede del trabajo, comprar se puede ver como cambiar una parte de nuestro trabajo por otra cosa. En general, trabajar es costoso y lo más racional parece ser intercambiar nuestro trabajo por algo que realmente merezca la pena.

Por supuesto, lo que necesitamos para vivir dignamente no sólo merece la pena sino que parece ser el fin por el que trabajamos. Una de esas cosas es el alimento. Si uno, por lo que sea, puede conseguirlo por otras vías legítimas (por ejemplo, produciendo su propio alimento), perfecto; si no, tenemos que comprar la comida. Otra de las cosas que no podemos librarnos de comprar a veces es la ropa y el calzado. Aunque hay formas de conseguir estas cosas sin comprarlas, a veces habrá que hacerlo. Sin duda tener un techo, es una necesidad básica pero, aunque generalmente hay que pagar por ella, no necesariamente hay que comprar una vivienda. Otras cosas que a veces tendremos que comprar, pues también pueden ser necesarias para vivir satisfactoriamente, son ciertos objetos o servicios relacionados con nuestro ocio: libros, discos, entradas para algún espectáculo, viajes, etc. Y no precisamos de muchas cosas más, entre ellas, algunos enseres para el hogar.

Ahora bien, ¿cada cuánto tenemos que comprar estas cosas que necesitamos? Depende de la frecuencia con la que necesitemos renovar las cosas tras haberlas consumido, agotado. Esto parece lo más razonable y lo que supone un menor coste. La comida hay que reponerla cada día. Pero, la ropa y el calzado, por ejemplo, pueden durar muchísimos años y es algo que basta con comprarlos muy, muy esporádicamente. Lo mismo, para los productos de ocio y los enseres caseros (electrodomésticos, menaje, muebles, productos de limpieza, etc.). Además, para intentar comprar aún menos, se puede recurrir a otros medios para conseguir ropa, calzado o artículos de ocio de manera gratuita (intercambio, donaciones, uso compartido) o de forma más económica (mercado de segunda mano).

En definitiva, salvo la comida, casi nunca hay que comprar nada. Seguir la máxima de sólo comprar lo necesario es lo mejor que se puede hacer para el ahorro tanto de nuestro bolsillo como del bolsillo del planeta (que tiene recursos limitados). Si queremos hilar más fino, podemos deliberar, cuando sí tenemos que comprar, qué elección es la más racional teniendo en cuenta ulteriores consecuencias. Aquí es donde entran en juego otras consideraciones como si el producto es de proximidad, tiene más calidad (aunque, de entrada, resulte más caro), sus materiales y producción son menos contaminantes, o su producción no implica esclavitud. Comprar racionalmente no sólo es priorizar y minimizar al máximo el número de compras, sino que también es decantarse por productos justos, cercanos, mínimamente contaminantes y de calidad (con lo que durarán más). Sin embargo, por importantes que sean estos factores, son secundarios en una compra racional. Por encima de todo, una compra racional tiene que ser una compra necesaria. Comprar algo innecesario, por mucha calidad, proximidad, producción respetuosa con el medio y comercio justo que haya detrás del producto, nunca será más razonable que abstenerse de comprarlo. Me interesa destacar esto porque cuando se habla de consumo responsable, se suele hablar de criterios ecológicos o de justicia social, pero no de abstención[1]. Y esto no es ascetismo: ¿por qué iba a ser un sacrificio renunciar a comprar algo innecesario?


[1] También cuando se habla de comportamientos responsables con los bienes, de la famosa tríada “reducir, reutilizar, reciclar”, siempre se hace hincapié, desde organismos oficiales, en reutilizar y (sobre todo) en reciclar, pero nunca en lo primero.

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