sábado, 21 de septiembre de 2013

La medicina preventiva

La medicina preventiva debería prevenir enfermedades, tal como indica su nombre. Sin embargo, más que a una serie de prácticas encaminadas a evitar caer en la enfermedad, llamamos ‘medicina preventiva’ a una serie de pruebas médicas de detección precoz de las enfermedades: analíticas, mamografías, chequeos, etc. Pero este tipo de pruebas no previenen nada; sólo detectan más o menos pronto lo que ya está. Y aunque es importante detectar a tiempo ciertas enfermedades o anomalías, la detección precoz no debería ser considerada medicina preventiva.

La auténtica medicina preventiva tiene mucho de preventiva y poco de medicina, pues se trata de adoptar una serie de hábitos, alejados de la práctica médica habitual, encaminados a mantenernos sanos. Entre estos hábitos están, como sabemos, el llevar una alimentación correcta, hacer el ejercicio adecuado, dormir las horas necesarias, seguir hábitos higiénicos mínimos, llevar una vida medianamente satisfactoria, no consumir sustancias tóxicas, etc. En fin, todas aquellas prácticas que el sentido común nos dice que contribuyen a perpetuar la salud, cuando la tenemos (y, muchas veces, también sirven para recuperarla si la hemos perdido). Sin embargo, desde los estamentos oficiales no se incide en la importancia del modo de vida para estar sano. Es más, en general, los propios médicos de cabecera ni indagan mucho en los hábitos de vida de sus pacientes ni les insisten lo suficiente, más allá de la recomendación de dejar de fumar, en la importancia de seguir hábitos saludables.

La dificultad en seguir hábitos preventivos no reside tanto en la propia dureza de esos hábitos sino en un grupo de factores que nos alejan de tomar las riendas de nuestra salud:

(i) Está la idea latente de fondo según la cual nuestra salud es un asunto del médico. Hemos delegado el cuidado de nuestra salud en otra persona. El primer responsable de la salud de cada uno es uno mismo. El médico tendría que ser la última persona a la que querríamos ver, y tendríamos que hacer todo lo posible por no verle. La medicina profesional tendría que estar relegada a los casos en que el paciente no puede recuperarse por sí mismo.

(ii) Otra idea dañina es que, ante un problema de salud, necesariamente hay que medicarse. A veces, basta con pasar el mal momento y ya está. Naturalmente, lo mejor es identificar la causa de los males para evitarla en el futuro (muchos de los males vienen por causas conocidas por el paciente: comer mal, no descansar, etc.). El médico, al recetarnos algo, lo único que hace es actuar sobre el efecto, no sobre la causa. Con el riesgo, además, de estropear algo que está bien (nunca es gratuito tomar medicación). La medicación habría que reservarla para casos estrictamente necesarios.

(iii) Además de la perjudicial asociación entre salud y práctica médica, y de la falta de hincapié en los hábitos de vida saludables, el gran impedimento para autofomentar la salud es la falta de información o la desinformación de la gente. Para llevar a cabo ciertas prácticas, la gente tiene que saber cuáles son. Es verdad que todos sabemos que no se puede estar sano a largo plazo si no se come bien, si no se descansa lo suficiente, si se es demasiado sedentario, si se sufre mucho estrés, etc. Pero ¿sabemos en qué consiste comer bien, descansar lo suficiente, no ser demasiado sedentario, no sufrir mucho estrés? No. Las personas que se arrogan la facultad de saberlo (médicos y demás expertos) no lo explican o emiten mensajes contradictorios.

¿Qué tenemos que hacer entonces para practicar la medicina preventiva? Hacernos responsables conscientemente de las decisiones que tomamos y que sabemos que influyen en nuestra salud. Confiar en el médico como una ayuda excepcional, pero más en las acciones diarias. Informarse activamente sobre las últimas investigaciones sobre en qué consiste una alimentación saludable, un ejercicio adecuado, un descanso reparador. Cuando no tengamos suficiente evidencia para tomar una postura, lo mejor es seguir el sentido común guiado por el conocimiento privilegiado que cada uno tiene sobre sí mismo.

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