lunes, 2 de septiembre de 2013

Una opción racional en un mundo irracional

Vamos a plantear una situación hipotética. Supongamos, por un lado, que hubiese un modo óptimo de alimentarse para el homo sapiens y que consistiese en alimentarse fundamentalmente con carne, pescado, huevos, vegetales, tubérculos y frutas, excluyendo, o limitando en gran medida, los alimentos incorporados recientemente a la alimentación humana, como los cereales, las legumbres o los lácteos. Tal dieta, a diferencia del tipo de dieta recomendada hoy en día desde las instituciones y basada principalmente en la ingesta de hidratos de carbono, se basaría en la grasa y la proteína de origen animal, y en la fibra y vitaminas, junto con una modesta cantidad de carbohidratos, del mundo vegetal. Por otro lado, vamos a suponer que vivimos en un mundo con recursos limitados y con más de 7.000 millones de seres humanos, de forma que la manera óptima de alimentarse descrita anteriormente no resultase viable para todas las personas sin provocar grandes desequilibrios en el planeta y, a la larga, la destrucción de los ecosistemas.

En esta situación, desde un punto de vista individual, lo más racional parece ser intentar alimentarse del mejor modo posible. Pero, desde una perspectiva global, lo más racional parece ser intentar preservar los recursos y los ecosistemas del planeta en el que vivimos, aunque esto suponga renunciar a la mejor dieta posible y comer otros productos comestibles. Sin embargo, lo más racional de todo sería buscar una manera ética en que la mejor dieta posible para el ser humano fuese sostenible para todos.

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