miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cuando nos obligan a tirar el dinero

Se hace evidente que la actual forma de vida del homo sapiens en la tierra es irracional: derrochadora, contaminante, destructora. Sin sentido. Hay grandes muestras de ello, que son las que nos hacen perder toda esperanza en el ser humano. Pero hoy quiero centrarme en algunas pequeñas cosas que muestran esa irracionalidad en nuestra cotidianeidad: las situaciones en que nos vemos obligados a tirar el dinero, con lo que conlleva, claro, de desperdicio de trabajo humano, de contaminación, de gasto de recursos, etc. Veamos algunos casos concretos:

(i) Nos obligan a pagar por una cantidad extra de medicamentos que no necesitamos. A todos nos ha pasado que el médico nos dice que tomemos un cierto número de pastillas durante un tratamiento y, en la farmacia,  la caja disponible más pequeña tiene muchas más. Ni que decir tiene que en el caso de necesitar dosis muy pequeñas de medicación (por tratarse de niños o animales) o en el caso de tratamientos muy cortos, la diferencia entre lo que necesitamos y lo que tenemos que pagar es abismal. Muy bien puede suceder que nos hagan pagar 60 pastillas, por ejemplo, y necesitemos sólo 5[1]. La irracionalidad al servicio de ciertos intereses económicos.

(ii) Tenemos que comprar un objeto nuevo o un conjunto de piezas cuando sólo necesitamos una. Es habitual que, al pretender sustituir alguna pieza rota de algún objeto o mecanismo, nos obliguen a comprar toda una serie de piezas o, directamente, el objeto nuevo. ¿Es racional tener que comprar, digamos, todo un interruptor de pared nuevo, con su mecanismo interno, cuando sólo se nos ha roto el pulsador? ¿Por qué es tan difícil, si es que es posible, acceder a cada pieza por separado? ¿Por qué, en general, es tan sumamente difícil arreglar lo que se estropea sin pagar más de la cuenta?

(iii) En telefonía, a menudo hay que contratar servicios que el usuario no va a usar. Últimamente, las ofertas de telefonía incluyen paquetes de servicios de manera que se contrata todo o nada. A mucha gente le viene bien contratar, por ejemplo, el servicio de telefonía móvil junto con la conexión a Internet en el móvil, pero a otros usuarios no. Hoy en día, si sólo queremos el móvil para llamar y no queremos conexión a Internet, lo más probable es que tengamos que pagar por esto último aunque no lo usemos, pues es más barato que contratar sólo lo que necesitamos –si es que está disponible esa opción. ¿Por qué no hay rebaja en el precio si el usuario no utiliza ciertos servicios? ¿Por qué es el cliente el que debe adaptarse a las ofertas y no al revés?

(iv) Otra manera de obligarnos a tirar el dinero (y, por tanto, a tirar trabajo) es la táctica que siguen muchas empresas de obligarnos a llamar a un 902 para contactar con ellos. A algunas compañías les da igual que el motivo de la llamada sea, pongamos por caso, intentar arreglar un desaguisado que han cometido ellos; nos obligan a pagar injustamente. Parecido es el caso de las comisiones que nos cobran los bancos: sin justificación más allá de su obtención de ingresos.

¿Qué podemos hacer? Protestar siempre, de manera informal y/o presentando reclamaciones cuando proceda, y procurar sólo consumir medicamentos cuando sea imprescindible, cuidar las cosas, intentar negociar las condiciones que nos convengan. En definitiva, no aceptar sumisamente que nos quiten el dinero y, ya de paso, replantearnos nuestra relación con los medicamentos, los objetos, las tecnologías, los bancos y todo lo demás.


[1] He oído que en algunos países, como Inglaterra, en las farmacias dispensan sólo la cantidad exacta de medicación que receta el médico. No sé si es verdad o una bonita leyenda.

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