lunes, 18 de noviembre de 2013

El dilema del reciclaje en los contenedores de colores

De entrada, a casi todos nos parece que reciclar es mejor que no hacerlo. Pero no somos nosotros, los que tenemos que reciclar, los que decidimos cómo hacerlo. Son las administraciones, junto con la empresa privada, las que han puesto las normas sobre cómo y dónde hay que reciclar lo que nos sobra. Y -no menos importante- también ellas han decidido quién se beneficia del reciclaje de nuestros desperdicios. Si pensamos un poco en el sistema que han montado para el reciclaje (al menos en Barcelona, e imagino que es extensible a la mayoría de poblaciones de España), en seguida aparecen razones en contra.

Una de ellas es que ya hace tiempo que el reciclaje es un negocio que las administraciones han dejado en manos privadas. Los residuos que se depositan en los contenedores amarillo, verde y azul son gestionados por empresas privadas que obtienen un beneficio a partir de los productos que les regalamos y les entregamos ya separados según sus necesidades. Debemos notar que, aunque hablemos de desechos, tienen un valor económico (que pagamos a la hora de adquirirlos) y cederlos es ceder ese valor económico. Por si esto fuera poco, estamos haciendo gratis a la empresa privada el trabajo de la separación previa de los residuos según sean plástico, vidrio o cartón. Esta situación (regalar materiales y trabajar gratis para la empresa privada) es intolerable y creada por la administración para satisfacer ciertos intereses privados. Lo justo, naturalmente, sería premiar de alguna manera al ciudadano que recicla (aportando los materiales por los que ha pagado previamente y tomándose el trabajo y el tiempo de separarlos) con exenciones fiscales, pagándole directamente o mediante alguna otra fórmula.

Quizás la principal razón en contra de reciclar tal como está montado es que uno aprecia que, en el fondo, el reciclaje les importa una mierda tanto a la administración como, por descontado, a las empresas privadas que se lucran con nuestros residuos. Esto se vio claramente en Catalunya cuando la Generalitat (el gobierno de la región) puso en marcha, no hace mucho tiempo, una campaña para informar de qué tipo de residuos se tiran en los diferentes contenedores (especialmente, en el amarillo). Por lo visto, los ciudadanos habíamos estado reciclando mal mucho tiempo porque metíamos en el contenedor amarillo todos los desechos plásticos y todo aquello que no iba ni con el vidrio, ni con el cartón ni con los restos orgánicos. Y en el contenedor amarillo sólo hay que echar envases de plástico, envases metálicos y briks, pero no juguetes (aunque sean de plástico), ni biberones, ni guantes de goma, ni cubos de plástico, ni utensilios de cocina, ni ropa, ni calzado, ni algunas otras cosas. Del mismo modo, y contrariamente a lo que hacíamos muchos, en el contenedor verde, el del vidrio, no había que tirar vidrios de ventanas, ni bombillas, ni espejos, ni algunas otras cosas; sólo hay que depositar botellas o tarros de vidrio. Entonces es cuando uno se da cuenta de que no les interesa reciclar todos los residuos, sino hacer negocio. Si tuvieran un verdadero interés en reciclar, pondrían a disposición del ciudadano un sistema fácil para el reciclaje de todos los desechos. Por ejemplo, dejar a cargo del ciudadano la división de la basura entre restos orgánicos e inorgánicos y, después, que la administración hiciera ulteriores separaciones, para el reciclado último, mediante trabajadores remunerados. O, si se prefiere que el ciudadano haga las separaciones pormenorizadas de todos los residuos, habría que compensarle económicamente y facilitarle el reciclaje rápido y fácil de todos los residuos, no sólo de los que interesan a la empresa privada.

¿Qué nos dicen las administraciones que hay que hacer con los desechos que no se depositan en ninguno de los contenedores habilitados en las calles? ¡Pues hay que llevarlos a un punto de reciclaje! Los puntos de reciclaje (deixalleries en Catalunya) suelen estar en las afueras de las poblaciones (cuando los hay)  y, si tenemos que desprendernos de algo medianamente pesado, hay que llegar en algún vehículo. ¿Es razonable que un ciudadano, para reciclar un electrodoméstico o un juguete tenga que desplazarse en un medio de transporte, generalmente su vehículo, perdiendo su tiempo y dinero, sin recibir nada a cambio?

Resumiendo, tal como están ahora las cosas, reciclar es reciclar para ellos. El ciudadano tiene que hacer un trabajo gratis, sin facilidades y para el que, en ocasiones, tiene que poner dinero de su bolsillo (sin contar el dinero que pagó cuando adquirió el propio residuo). Sin embargo, reciclar parece más deseable que no hacerlo. Aquí se presenta el dilema: ¿reciclamos, haciendo menos daño al medio ambiente, aunque sirvamos gratis, o incluso pagando, a intereses ajenos, o dejamos de reciclar para no perpetuar el sistema (injusto e irracional) establecido de reciclaje? ¿Hay que primar el interés del medio ambiente o el interés de la justicia? En conversación con diferentes personas, me he encontrado con las dos opiniones[1]. Por mi parte, he adoptado una solución de compromiso: reciclo a mi manera. Reciclo el vidrio en el contenedor correspondiente, pero no quito las tapas metálicas de los tarros ni los papeles pegados (que paguen a trabajadores para esa faena). Con el papel y el cartón sigo una estrategia diferente. Como últimamente muchas personas van por la calle con carritos en busca de papel o cartón (se ve que se paga bien ahora),  he decidido dejarlo encima (no dentro) del contenedor azul. En poco tiempo, pasa alguien y se lo lleva. Prefiero que se gane la vida una persona humilde antes que la empresa privada. Respecto a los plásticos y metales: todos, estén indicados o no, al contenedor amarillo, sin distinción. De hecho, menos el vidrio, el papel y los restos orgánicos, todo lo tiro al amarillo. Eso sí, si me tengo que desprender de algo medianamente aceptable todavía (ropa, calzado, utensilios, etc.), lo dejo al lado de los contenedores para que alguien lo coja. Y siempre alguien lo coge. Los residuos muy contaminantes, como las pilas usadas, sí las tiro en los puntos habilitados para ello en la ciudad. Pero, claro, todo esto tampoco me satisface. Lo más inteligente, siempre que sea posible, es escapar del dilema. Por eso, no ceso de trabajar en esta línea procurando no generar residuos, algo difícil en un mundo que ha acabado con los envases retornables y que fomenta la obsolescencia programada.


[1] Los argumentos aquí expuestos contra la opción del reciclaje me han sido inspirados o transmitidos por Pablo que, una vez más, me ha abierto los ojos a una realidad.

2 comentarios:

  1. Al 100 por 100 de acuerdo con tu planteamiento, además hemos llegado a las mismas soluciones y lo seguiré haciendo (hasta que nos multen, entonces paso al boicot).
    Tienen una cara de cemento (sin reciclar).
    Un saludo

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    1. Gracias por tu opinión Avalón. Me alegra que pienses lo mismo. Tengo que reconocer que hace un tiempo era más ingenua: pensaba que había que reciclar y ya está, sin haberme planteado lo que realmente supone. Menos mal que siempre hay alguien que nos ayuda a ir más allá (si tenemos la disposición, claro). Y, sí, como dices, tienen un morro que se lo pisan, nos usan sin tapujos para sus fines. El día que, encima, multen, habrá que recurrir al boicot. Saludos

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