jueves, 7 de noviembre de 2013

La necesidad de decrecer por la ley de la compensación

En general, estamos casi todos de acuerdo en que la degradación y contaminación del medio ambiente, así como el agotamiento de ciertos recursos naturales y el daño infringido a otras especies, ha llegado a un límite peligroso. En alguna medida, el problema se ha vuelto irreversible (por ejemplo, en el caso de la extinción de algunas especies), pero todos, o casi todos, reconocemos la necesidad de hacer algo para intentar revertir la situación en la medida de lo posible (conseguir sólo mantenerla, aunque no empeore, sería también un fracaso, teniendo en cuenta la gravedad de la situación actual). El programa concreto que habría que llevar a cabo para revertir la situación del planeta podría ser muy complejo y con muchos frentes, pero la idea de fondo que lo animaría es sumamente sencilla: hay que decrecer.

¿Qué quiere decir ‘decrecer’ en este contexto? Pues quiere decir, para los ciudadanos del primer mundo, consumir mucho menos y, por tanto, producir mucho menos, contaminar mucho menos, modificar ciertos entornos mucho menos -y, probablemente, ser muchos menos. El decrecimiento es una necesidad no sólo porque el actual nivel de consumo y contaminación del ciudadano medio del primer mundo es insostenible a medio/largo plazo, sino porque, además, no es ampliable a todos los habitantes del planeta. Sería inviable que todos los seres humanos llevaran la vida del occidental medio; en este sentido, los habitantes de ciertas zonas del planeta podemos permitirnos el actual nivel de vida que llevamos porque otros tantos, en otras regiones, llevan un nivel de vida mucho más bajo. Así que el decrecimiento es un imperativo porque la actual situación acaba con las condiciones deseables del planeta e impide su regeneración y, además, es una situación injusta para la mayoría de personas.

Pero, claro, mucha gente, entre los afortunados que vivimos en el primer mundo, no quiere renunciar al tipo de vida que lleva. Como decía aquel anuncio, ‘A todos nos gusta vivir bien’. Sí, es verdad. Pero ésta es una situación en que, una vez más, debe imponerse la razón, por encima de las inclinaciones. A menudo, ésos que no quieren renunciar en la práctica a ciertos privilegios injustos e insostenibles, afirman que son partidarios de cuidar la naturaleza, etc. Me recuerdan a esos hombres que dicen ser partidarios de la igualdad de la mujer respecto al hombre, en cuanto a obligaciones y derechos, pero no están dispuestos a renunciar a sus pequeños privilegios de macho (ellos no cosen, no limpian el culo a los niños, etc.). Me parece que hay que decir bien claro que para reparar un desequilibrio, no se puede ayudar a la parte en desventaja si la otra parte no cede algo de su ventaja. En el caso de la desigualdad de las mujeres, no se puede pretender acabar con ésta, si los hombres no van a ceder parte del poder que han acaparado hasta ahora para compartirlo con las mujeres. En otras palabras, para que las mujeres suban (respecto de donde están), los hombres tendrán que bajar (respecto de donde están).

Del mismo modo, si queremos acabar con el desequilibrio medioambiental que hemos generado en el planeta y con la injusticia que supone que haya personas que no puedan consumir ni lo más básico, tenemos que bajar nuestro nivel de vida. No hay otra. Para equilibrar la balanza, hay que quitar pesos de un lado y ponerlos en el otro. Pretender otra cosa es engañarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario