viernes, 29 de noviembre de 2013

El capital de las mujeres

Supongamos que nos dan, sin haberlo pedido ni haber hecho ningún mérito para ello, una importante suma de dinero. Es tan importante como para empezar un nuevo negocio, invertir en algo y sacar un rédito o simplemente para cumplir algún sueño. Algo así como un premio de la lotería de los que no arregla la vida pero puede marcar un punto de inflexión. Bueno, en tal situación, es de suponer que casi ninguno rechazaríamos ese regalo. Y seguramente tampoco guardaríamos ese dinero, sin disponer nunca de él, avergonzados porque no es fruto de nuestro esfuerzo. Ni lo destruiríamos. Aunque no nos lo hayamos ganado, aprovecharíamos esa oportunidad de mejorar nuestra situación económica o la de nuestros allegados, ¿verdad?

A partir de la aceptación del regalo, vamos a suponer ahora diferentes cursos de acción. Imaginemos, en primer lugar, que decidimos repartir ese dinero que nos ha caído en suerte entre gente necesitada, renunciando a un fin más egoísta. Esta opción casi seguro que parece loable a casi todo el mundo (y más teniendo en cuenta el origen del dinero). Sería una buena inversión desde un punto de vista ético muy extendido. Otra opción sería repartir el dinero entre nuestros allegados y nosotros mismos y dedicarlo a mejorar nuestra situación financiera y la de nuestra familia cancelando ciertas deudas y ahorrando para el futuro, por ejemplo. Esta opción tampoco parece recriminable éticamente, aunque pueda ser menos loable que la primera. Por último, consideremos otro curso de acción entre los muchos posibles. Decidimos quedarnos ese dinero para nosotros y obtener el máximo beneficio posible. Para ello, invertimos ese capital en unas acciones muy rentables pero, como suele pasar, de una compañía con muy mala reputación (pues, pongamos por caso, no respeta los derechos mínimos de sus trabajadores). Esta posibilidad, aunque no es moralmente la mejor, tampoco es la peor. En el ejemplo se presupone que actuamos absolutamente dentro de la legalidad; sería mucho peor hacer lo mismo pero ocultándolo a Hacienda y no declarando los beneficios obtenidos. Es más, me da la impresión que, para mucha gente, casi cualquier inversión dentro de los límites de la legalidad es también legítima y poco o nada reprobable éticamente. La falta de ética del protagonista de la historia nos puede parecer disculpable. A fin de cuentas, el dinero y la ética pertenecen a ámbitos con reglas diferentes.

Consideremos ahora tres casos de otro tipo. Supongamos que una mujer guapa o con cierto atractivo para los hombres y de clase social baja se enamora de un hombre aún peor posicionado que ella económicamente y con un atractivo físico menor, y acaban viviendo juntos con un nivel de vida precario. Podríamos considerar loable que esta mujer no haya usado su belleza para acceder a un hombre con una posición económica más cómoda. Imaginemos ahora que una mujer guapa acaba unida a un hombre, del que quizá no está del todo enamorada pero al que quiere, de su misma posición económica pero más feo que ella. Esto nos parece lo más normal del mundo y en absoluto recriminable (no todo el mundo puede esperar a estar perdidamente enamorado para empezar su vida en pareja). Por último, supongamos el caso de una mujer atractiva que se casa con un hombre menos atractivo que ella, del que no está enamorada y al que tampoco quiere -de momento- pero con una posición socio-económica mejor que la suya. Como resultado, la mujer accede a ciertas comodidades que no tenía antes. Esta situación, sin embargo, podría ser peor, pues en el caso aquí considerado la mujer es sincera respecto a sus sentimientos y no engaña al hombre, que acepta lo que hay. Seamos sinceros, ¿nos parece reprobable lo que hace esta mujer? Me temo que a muchos sí… Algunos quizá querrían justificarse apelando a la falta de amor (trepar socialmente por medio de la pareja no es recriminable si hay amor)… Pero ¿por qué tendría que ser más condenable la falta de amor de nuestra última protagonista que la falta de ética del protagonista de la última de las historias del principio?

Vivimos en un mundo en que no es raro ver mujeres más guapas y de familias algo más pobres (aunque sea dentro de la clase trabajadora en la que estamos prácticamente todos) que sus parejas masculinas. La mayoría de esas mujeres están con sus parejas por amor (un amor más o menos fuerte). Sin embargo, algunas mujeres guapas usan su belleza para escalar socialmente (dentro de unos límites, claro) y algunos se lo recriminan. Pero, en nuestra sociedad, la belleza es el capital de las mujeres. Un capital regalado, sin mérito alguno, pero reconocido y aceptado socialmente, implícita o explícitamente, como moneda de cambio. Si estamos tentados de censurar el comportamiento de la tercera mujer, deberíamos pensar en el tercer caso de los  primeros expuestos. Si condenamos uno, creo que tendríamos que condenar el otro. O no condenar ninguno de los dos. Volvamos al planteamiento del principio: si nos dan un cierto capital, aunque no hayamos hecho nada para merecerlo, aprovecharíamos esa oportunidad para mejorar nuestra situación económica, ¿verdad? Sobre todo si no disponemos de ningún otro capital socialmente reconocido[1].


[1] El tema de esta entrada ha sido sugerido por Pablo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario