martes, 13 de agosto de 2013

La moda y el consumo

Me apetece empezar a reflexionar sobre un tema aparentemente superficial pero enigmático: la moda. Me interesan los vínculos que tiene, entre otras cosas, con el consumo. Al pensar en la moda, me vienen a la mente dos concepciones distintas pero relacionadas de alguna manera: por un lado, la moda como el conjunto de usos y costumbres que todos, o prácticamente todos, seguimos y que hace que, por ejemplo, no vistamos o decoremos nuestras casas como en el siglo XIX; por otro lado, la moda como un conjunto de directrices más concretas que hace que algunos sigan o vayan a la moda (que lleven, digamos, pantalón pitillo en un momento determinado) y otros no (típicamente ciertos sectores de la población, como los abuelos, no suelen ir a la moda).

Lo que me parece que tienen en común estas dos concepciones de la moda es que ambas son elementos cohesionadores y homogenizadores de la población o de grupos de la población. Esto es claro en el primer sentido, pues nadie escapa a la influencia de vivir en la época que le ha tocado, y esa influencia hace que compartamos con nuestros coetáneos una cierta visión del mundo. Pero también en el segundo sentido, en el sentido en que la moda es algo efímero, cambiante de temporada en temporada, es un factor que unifica a la gente y contribuye a la aceptación social dentro de un grupo. Sin duda, muy pocos pueden vestir con la ropa que aparece en las revistas de moda, pero esas tendencias tienen su versión barata para la masa. Así, dentro de esta segunda concepción de la moda, hay dos niveles distintos: la moda de productos caros que sigue cierta élite, y su correlato barato, que sigue el vulgo. Un mundo es el que está plasmado en la revista Vogue; el otro, en las fotos del facebook de la gente corriente cuando sale de fiesta.

En una primera aproximación, uno diría que la moda en el sentido de los usos de la época es algo que existe desde hace mucho (seguramente desde que empezó la historia) y que parece obedecer a procesos no del todo conscientes o controlados. Si consideramos, como hipótesis, que el uso de pantalones por parte de las mujeres tiene algo que ver con ciertos procesos históricos como, digamos, la aparición del feminismo, entonces se hace difícil ver cómo los usos pueden estar dirigidos en una determinada dirección. En cambio, la moda en el sentido más cotidiano al que se refieren las revistas y los programas de la televisión sí parece algo dirigido o, al menos, algo que se intenta fomentar. En este sentido, la moda no es fruto de lo que acontece, sino que es lo que acontece por imposición. Y se impone tanto que sea esto, antes que aquello, lo que está de moda como que lo moderno sea algo efímero, que dure un suspiro.

Esta imposición de la moda -la que hace que sea difícil comprarse una camisa negra lisa si están de moda los estampados el año en curso- sirve claramente a los intereses del consumo desenfrenado. Aunque un pantalón pueda durar 12 años, la moda se encarga de aniquilarlo mucho antes y buscarle un reemplazo más moderno. Y ¿cómo lo consigue? Marginando al que vaya, año tras año, con el mismo pantalón. Este fenómeno es especialmente visible en el caso de los niños y los jóvenes, que tienen que seguir ciertas modas si no quieren quedar fuera de ciertos grupos o si aspiran a una cierta consideración por parte de los otros.

La moda no apela a nuestra razón, sino a nuestra necesidad de integración social y a la fascinación por lo nuevo y por lo bello (a esto volveré otro día). Racional es ignorar lo que dice la moda y exprimir nuestra ropa y otros enseres hasta el final, pero se precisa cierta determinación. Otra opción, que congenia la racionalidad con nuestras tendencias sociales, es adaptar a la moda lo que tenemos, modificándolo o buscando otras soluciones económicas pero invirtiendo lo mínimo en algo prescindible.

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