A menudo oigo críticas contra el materialismo de la gente hoy en día. Con
‘materialismo’, estos críticos se refieren (por lo que dan a entender y se
puede adivinar) a algo así como el apego y el amor desproporcionados a los
bienes materiales. Contra estas críticas, tengo poco que decir. Es cierto que
solemos dar más importancia de la que tiene (o debería tener) a ciertas
posesiones materiales prescindibles. Esto hace que ansiemos objetos
innecesarios que no tenemos, que valoremos a los demás por lo que tienen, que
sintamos un gran vínculo con nuestras posesiones, y una serie de otras cosas
poco racionales. En este sentido, ser materialista
no es deseable. Pero el término ‘materialismo’ tiene otra acepción que sí hace
que sea deseable y sensato ser materialista.
No hay que olvidar que lo material no es sólo la colección de
objetos que compramos y acumulamos, la materia
es algo mucho más amplio, incluye nuestro cuerpo y lo que conforma el universo[2].
Todos somos materiales, y deberíamos ser materialistas, pues las condiciones
materiales posibilitan todo lo demás. Aprendemos porque tenemos sentidos,
vivimos porque nuestro cuerpo intercambia fluidos y nutrientes con el medio que
nos rodea, sentimos porque tenemos nervios y cerebro. Sin las condiciones
materiales adecuadas, ningún ser humano (ni ningún otro ser vivo) puede
desarrollarse en su plenitud. En el caso de los seres humanos, el pensamiento
nos parece lo superior, pero lo
superior depende de la base. Y la base es la materia. Un niño desnutrido nunca
podrá llegar a ser un Mozart. Sobre
las condiciones materiales indispensables se construye lo demás. Procurarse las
condiciones materiales apropiadas es la mejor inversión en uno mismo.
Este materialismo filosófico es
diferente del materialismo entendido en sentido vulgar, aunque quizá no es
descabellado pensar que puedan mantener alguna oscura conexión (la normal y
necesaria inclinación al bienestar material como base de cualquier otro tipo de
bienestar puede degenerar y confundir los cuidados que uno debe procurarse).
Aquí es donde la razón entra en juego para delimitar lo necesario de lo
superfluo. De todos modos, lo que me interesa destacar es que, si queremos
proclamar que no somos
materialistas, debemos matizar bien lo que queremos decir, o nuestro
interlocutor puede pensar que nos oponemos al materialismo filosófico (pues
esta noción teórica ha llegado a ser tan popular como la noción más vulgar).
Despreciar lo material nos puede parecer profundo pero, considerando qué es y
qué supone la materia realmente, indica precisamente falta de profundidad. Sobre
todo, cuando se pretende oponer el materialismo a la espiritualidad[3]. Cada vez que oigo
a alguien criticar el materialismo, sin más matizaciones, para alabar la
espiritualidad, me chirrían los oídos. El materialismo, en su sentido teórico, no
sólo es compatible con cualquier idea que tengamos de espiritualidad sino que
acepta todo lo espiritual plenamente: lo integra como una propiedad emergente
de la materia. Y esto parece lo más sensato: no tenemos ningún indicio racional
para creer que hay espíritus o mentes fuera de un sustrato material.
[1] Dejo para otro post la
defensa racional de la ciencia y del materialismo.
[2] Dejaremos de lado el tema
de la anti-materia (modo chiste malo
on).
[3] Uso este término porque es
el más normalmente usado para oponerlo a ‘materialismo’; sin embargo, prefiero
el término ‘lo mental’ o ‘mente’ porque me resulta más neutral.
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