jueves, 13 de febrero de 2014

Por arte de magia (parte I)

Pese a ser racionales, a los seres humanos nos seduce la idea de la magia y, muchas veces, queremos creer que pueden darse los milagros –aunque sea a cierta escala. Hoy vamos a repasar algunas situaciones típicas que ilustran nuestra creencia –errónea, claro- en los efectos mágicos.

(i) Una situación típica se da cuando compramos esperanzados alguna crema, cosmético, crecepelo, o producto similar. Creemos, porque nos gustaría que fuera cierto, que ese producto nos va a dar una apariencia rejuvenecida, nos va a hacer más guapos o más delgados, o nos va a cubrir la calva con pelo. Bueno, no es que creamos basándonos en algo que esto puede suceder. Muchas de nuestras creencias cotidianas sí se basan en algo; sin embargo, las creencias en las acciones mágicas antes expuestas sólo podrían basarse en lo que afirma la publicidad o testimonios poco fiables. Es decir, cuando creemos en que se puede dar ese tipo de efecto, no creemos con la cabeza (como sucede otras veces, y como tendría que ser); creemos empujados por el deseo. Este deseo obnubila nuestra capacidad crítica que, de otro modo, nos haría darnos cuenta de que si esos productos funcionaran, no seguirían existiendo personas que quisieran arreglar esos supuestos defectos. Pero cuando un deseo es muy poderoso y el objeto de ese deseo parece muy lejano, el engranaje de la creencia en la magia se pone en marcha. En estas circunstancias, hasta las personas más frías y críticas pueden esperar algún efecto milagroso en algún nivel (‘Quizá este producto no me convierta en alguien más delgado/guapo/juvenil o con más pelo, pero algo hará, será mejor que nada…’). La realidad es que cualquier efecto percibido suele deberse a la autosugestión.

(ii) Otra circunstancia de creencia en lo milagroso se da cuando pensamos que algún día –pronto- cambiaremos y por fin seremos como queremos ser (más trabajadores, más voluntariosos, más alegres, etc.). Es normal querer mejorar como personas y tener un ideal al que apunten nuestras expectativas. Nos gustaría leer más, estudiar más, ser mejores padres/hijos/nietos, dejar ciertos vicios, hacer mejor las cosas, seguir hábitos saludables, etc. En definitiva, hacer lo que nos proponemos sin que nos venza la pereza o la dejadez o el desinterés. Pero nunca vemos el momento de empezar a ser como queremos. El momento nunca es ahora. Y queremos pensar que algún día seremos ese tipo de persona. Creemos que nos levantaremos una mañana y, por arte de magia, seremos capaces de vencer todos los obstáculos y empezaremos a hacer lo que queremos hacer. Desgraciadamente, si día tras día nunca aparece un motivo para cambiar en el sentido deseado, nunca va a aparecer. La motivación necesaria para llevar a cabo lo que queremos ya tendría que haber aparecido. De nuevo, el deseo nos empuja a creer en milagros. En este caso, el deseo nos empuja a creer que podemos cambiar sin proponérnoslo, sin esfuerzo, espontáneamente. La realidad es que si no nos decidimos a cambiar y actuamos en consecuencia desde ya, el día de la inspiración nunca va a llegar.

(iii) Otra creencia en milagros es la creencia en los superpoderes del amor. Muchas veces creemos que, como dicen, el amor mueve montañas. Hay que notar que, en un sentido literal, esto es falso. Pero, además, es falso muchas veces también en el sentido figurado en el que hay que interpretarlo. Como el amor es de las emociones más pasionales, tendemos a pensar –y nos gusta pensar- que todo lo puede. Sin embargo, muy a menudo vemos, por ejemplo, madres que son incapaces de dejar la droga por sus hijos, personas que no pueden cambiar de hábitos ni por su pareja, individuos que se suicidan pese al daño que causan a sus allegados, etc. Es verdad que, otras veces, sí vemos, o eso parece, casos de madres que dejan las drogas por sus hijos, personas que cambian ciertos hábitos por su pareja, individuos que no se suicidan únicamente por no hacer daño a sus allegados. Pero, ¿realmente en estos últimos casos lo hacen por amor? Creo que, ante ambos tipos de casos, podemos llegar a dos conclusiones diferentes: (1) en los primeros casos, no hay amor, ó (2) en ambos tipos de casos puede haber amor; lo que marca la diferencia entre unos y otros es otra cosa. Me parece que la conclusión correcta es (2), puesto que no tenemos razones para pensar que si alguien no consigue hacer algo por amor, es que no siente amor. Una madre puede querer mucho a sus hijos y ser incapaz de dejar la droga por ellos aun queriendo hacerlo; no hay incompatibilidad en esto (a menos que tengamos una noción milagrosa del amor). Así que lo más sensato es pensar que cuando una madre deja las drogas aparentemente sólo por amor a sus hijos, realmente la motivación no proviene del amor, sino de otra cosa de la que carece quien no lo consigue aun queriéndolo y amando de verdad.

Los únicos efectos mágicos que pueden existir son los que se derivan de causas que los engendran. Aunque, claro, entonces no son propiamente mágicos. Sin embargo, si por ‘efecto mágico’ entendemos algo aparentemente difícil de conseguir (aunque posible) y que nos sorprende gratamente, tanto por su dificultad real como por la espectacularidad de los resultados, entonces sí podemos obtener ese efecto casi mágico. En el siguiente post, analizaremos la única forma de magia que puede existir: la que fundamenta los resultados en ciertas causas a nuestro alcance.

Volviendo al tema del post, ¿alguna vez has caído presa de creencias absurdas impulsado por el deseo? ¿Por qué crees que te ha pasado? ¿Cuál es el mejor antídoto contra ello?

2 comentarios:

  1. Creo que la cita correcta es “La fe mueve montañas”.
    Respecto al amor (siento escribirlo el día de San Valentín) estoy convencido que es una reacción química nada más, con cierta acidez lo he descrito algunas veces como: “Un estado de estupidez transitoria” que de llegar a ser permanente, sería motivo de internamiento en una clínica.
    Otra cosa aparte es el cariño, el apego a algo o a alguien, ese no es del todo malo (aunque tenemos que controlarlo con el criterio del “desapego”).
    El cariño es un sentimiento muy común entre los animales (nosotros lo somos) y es capaz por sí solo de hacer maravillosas acciones de generosidad.
    El amor, por el contrario como he dicho antes, es solo una reacción química.
    Respuesta a tu pregunta: Muchas veces…
    Antídoto: Racionalidad.
    Un abrazo

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    1. Bueno, yo he oído muchas veces también 'El amor mueve montañas'. De todas formas, la idea es que se le concede un poder desmesurado al amor, y de ahí luego muchas decepciones... Estoy muy de acuerdo con tus apreciaciones. Por cierto, no he escrito sobre este tema porque estuviera cerca San Valentín; si no lo llegas a decir ni había caído. Un abrazo

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