lunes, 23 de diciembre de 2013

La Navidad y el consumo

Aprovechando que la Navidad está muy cerca, voy a escribir el último post de este año sobre el consumo en estas fechas. Antes que nada, quiero decir que por mucho que reneguemos de estas fiestas, no es verdad que estos días sean como cualesquiera otros. Hay personas que odian la Navidad y todo lo relacionado con ella: las comilonas, las compras, los regalos, la decoración, las reuniones, etc. Y pretenden que estos días no son, o no deberían ser, días especiales. Pero no es así; demasiadas cosas a nuestro alrededor nos recuerdan que son fechas señaladas. Además, creo que, más allá de su significación religiosa para algunos o de su significación social para otros, la Navidad podría cumplir una función importante respecto a nuestra inclinación por el consumo.

Me parece obvio que a los seres humanos nos gustan los objetos materiales; en particular los que nos proporcionan algún tipo de placer. No sé qué fuerza ni de qué tipo hay detrás del ansia por poseer, pero el ser humano está bajo su influjo. ¿A qué niño no le gusta un juguete? ¿A quién no le gusta, por ejemplo, un aparato electrónico? Nos gustan los escaparates llenos de cosas variadas y la Navidad también es eso: un gran escaparate repleto de objetos atrayentes. La inmensa mayoría de los objetos son bonitos pero prescindibles. ¿Qué nos dice la razón? Que nos abstengamos de comprar cosas inútiles por bonitas que sean. Y eso es lo que hacemos, o deberíamos hacer si ejerciéramos a menudo de animales racionales, gran parte del tiempo. Sin embargo, reprimir siempre algunas inclinaciones acaba generando amargura. Así que ceder por unos días a la pasión antes que a la razón puede ser terapéutico.

Naturalmente, no voy a defender aquí el consumo desenfrenado[1], ni en Navidad ni en ninguna fecha, simplemente abogo por permitirnos la licencia de comprar algo que nos guste aunque no lo necesitemos. Del mismo modo, podemos hacer algunos regalos inútiles (perdón por la redundancia) a los allegados. Me parece que es un lujo que nos podemos permitir tras un año de consumo racional (esto, claro, en el plano de lo ideal). La Navidad respecto al consumo tendría que ser como el Carnaval respecto a la vestimenta: una excepción en nuestros hábitos, una válvula de escape una vez al año de ciertas inclinaciones. Ojalá las navidades fueran realmente los días de consumo que se dice que son; eso significaría que, a diferencia de lo que realmente ocurre, el resto del año prácticamente no consumiríamos.


[1] Un presupuesto que me parece razonable para comprar (todos) los regalos va desde los 20 hasta los 200 euros, según las posibilidades de cada uno y el número de personas a las que regalar.

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