Ciertamente, hay una oposición
inicial en el ser humano entre la inteligencia y las emociones, oposición que
responde a la que hay entre la parte racional y la parte irracional. Ahora bien,
como el ser humano comprende ambos aspectos, la mencionada oposición inicial no
es más que aparente. Querámoslo o no, al tener que convivir forzosamente con la
razón y con las emociones, estamos condenados a establecer algún equilibrio o
pacto entre ellas. Al final, más que oponerse, se complementan. Esta visión
holística del ser humano parece más ajustada que una visión compartimentada de
nuestras facultades.
El discurso que defiende la
supremacía de lo irracional o emotivo se alimenta de todo tipo de teorías,
desde el psicoanálisis freudiano hasta las teorías de la inteligencia
emocional, pasando por la psicología de masas. Estas teorías siempre pecan de
lo mismo: conceder una relevancia desmesurada a lo emocional sin una buena
justificación y negar u omitir una racionalidad detrás o al lado de los
sentimientos. Por eso, cuando oigo hablar de inteligencia emocional, me pongo
en guardia. Al final, me parece más pervertido omitir que las emociones pueden
ser inteligentes que afirmar que inteligencia y sentimientos van por caminos
separados y que es un misterio explicar por qué a veces se entrecruzan.
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