A menudo en este blog, hablamos de
un cierto tipo de coherencia para
referirnos a la concordancia entre lo que defendemos y lo que hacemos, entre
nuestra teoría y nuestra práctica. Así, catalogamos de coherente, por ejemplo, al que dice preocuparse por el deterioro
del medio ambiente y defender ciertas actuaciones de ahorro y, además, en su
vida diaria usa los recursos siguiendo los principios de la mesura y el cuidado.
Naturalmente, lo que para unos puede ser una medida austera (usar unos 100
litros de agua para ducharse o ducharse una vez al día), para otros es un
despilfarro. Pero creo que podríamos acordar cierto rango admisible para los
diferentes consumos que tenemos que realizar. Hay preguntas que pueden ser
buenas guías para saber si vamos por el buen camino: ¿es este consumo/uso que
hago –o que X hace- deseable y sostenible si fuera seguido por todos los seres
humanos?, ¿este consumo/uso supone un nivel de vida innecesariamente por encima
de lo razonablemente deseable? Una respuesta negativa a la primera pregunta y
una positiva a la segunda suelen ser indicios de que la conducta enjuiciada va
mal.
Un mundo más sostenible implica una
vida más austera de la que, por término medio, llevamos en el primer mundo. Y
muchísimo más austera de la que llevan los millonarios y famosos en general.
Los que no somos millonarios tenemos algunas actitudes coherentes y otras no tanto
con la causa ecológica. Comprarse dos camisetas cada mes es algo del todo
innecesario e incoherente con ciertas ideas que presumiblemente defendemos. Quizá
nadie llegue a calificarlo de conducta hipócrita
porque dos camisetas, por innecesarias que sean, son una minucia. Lo que
tenemos que preguntarnos es en qué medida nuestra coherencia se debe a lo que
nos obliga nuestra situación económico-social, y si no seríamos igual de
hipócritas que los ricos de turno si nos lo pudiéramos permitir. Como siempre,
el primer paso para militar en cualquier causa es la autocrítica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario