martes, 17 de junio de 2014

El peligro que acecha

El último día poníamos algunos ejemplos que ilustraban en qué consistía un comportamiento o actitud racionales. Y, entre esos comportamientos o actitudes, incluíamos los que obedecían a lo que podríamos llamar ‘la razón lógica’, actitudes como la aceptación del mejor argumento, el rechazo de las malas argumentaciones o la no aceptación de ciertas ideas que no están bien fundamentadas o no tienen algún tipo de evidencia. Esto excluye el racismo, el sexismo y el clasismo, por ejemplo, de los comportamientos racionales, ya que no solo los argumentos aducidos en su favor son objetables, sino que, además, no hay ninguna buena razón o evidencia a favor de ellos. Este último punto me parece importante para desacreditar estas actitudes, pues, a menudo, para que una mente abandone sus prejuicios (en general) es más útil que se dé cuenta de lo absurdo y gratuito de sus ideas que no que intente aceptar de entrada y sinceramente las ideas contrarias.

Creo que el rechazo que muchos sentimos por el racismo, el sexismo y el clasismo obedece más al desprecio que sentimos por lo absurdo y arbitrario que al hecho de tener una refutación presente de las razones que se aducen para defender estas actitudes. En este sentido, el sexismo, el clasismo y el racismo han acabado considerándose casos análogos a los de las supersticiones o la creencia en el horóscopo: simples prejuicios sin fundamento que ni siquiera hace falta refutar porque su falta de base es evidente. Pero esto es algo que muchos pensamos actualmente. Hace tan solo unas pocas décadas o siglos, los comportamientos que hoy calificaríamos de prejuiciosos abundaban mucho más. Esto tiene que hacernos reparar en la importancia del contexto histórico y cultural a la hora de moldear nuestra racionalidad. Somos hijos de nuestro tiempo, y no es tan fácil superar los valores y prejuicios de la época que nos ha tocado vivir.

Esto, al menos en parte, explica por qué mentes privilegiadas como Nietzsche, Schopenhauer o Kant, por no mencionar a los pensadores antiguos, han caído de pleno en comportamientos y actitudes que hoy muchos consideramos absurdos. Aunque la racionalidad es una facultad que los seres humanos poseemos en toda época y lugar, no es algo dado totalmente ni separado de los condicionantes externos. Debemos estar siempre alerta y luchando contra ciertas inercias irracionales que nos rodean. Es importante notar que se trata de una cuestión de voluntad y de lucha, no de clarividencia; como hemos visto, ser inteligente o talentoso no implica ser siempre racional ni estar a salvo de los prejuicios. La clave es cuestionarse hasta las ideas más arraigadas en cada momento para valorar con honestidad si están de acuerdo con la razón. Y nunca pensar que nuestra inteligencia o cierta gracia que poseemos nos va a librar de las creencias irracionales. Hay que persistir en un escrutinio perpetuo de las creencias.


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