martes, 20 de mayo de 2014

Cuando la inconsciencia es signo de racionalidad

En un artículo que leí hace poco y que hablaba sobre la importancia de no tirar comida y aprovechar los restos, se decía que las abuelas, sin ser conscientes, ya practicaban la cocina de aprovechamiento (pues, por ejemplo, hacían croquetas o canelones con la carne que había sobrado del día anterior, o compota con la fruta muy madura). Esto me hizo pensar que el hecho de explicitar o ser conscientes de ciertas cosas es indicativo de algo. Me explico. En cierto sentido, nuestras abuelas no hacían cocina de aprovechamiento, hacían cocina a secas, cocina normal. Esta ya suponía que no se tiraba nada, y esto no implicaba ningún concepto o práctica novedosos. Es después, cuando tirar las sobras de la comida empieza a convertirse en algo normal, cuando se empieza a hablar de cocina de aprovechamiento como algo parecido a lo que se había hecho siempre (no tirar la comida mientras sea aprovechable de alguna manera). Lo que antes se hacía de manera inconsciente, pues se suponía la práctica habitual, ahora tiene que ser algo premeditado, nombrado, explicitado. Y esta diferencia ya es indicativa.

Se podría pensar que explicitar lo que hacemos es un proceso de toma conciencia sobre nuestro actos, y esto parece, en principio, positivo. Pero en ocasiones es también un indicio de que algo no funciona: en los casos en que los comportamientos se apartan de una norma sensata asumida implícitamente para luego intentar volver a ella. Al explicitar la intención de retorno a la antigua sensatez, explicitamos que algo ha cambiado a peor. Ahora hay que ser consciente de cierto comportamiento, lo que indica que nos supone un esfuerzo seguirlo. Antes era lo asumido, lo interiorizado, lo fácil. Ahora, en cambio, lo inmediato es tirar la comida sobrante o cuyo aspecto ya no es tan atractivo, y cualquier otra cosa supone un esfuerzo, una conciencia de hacer algo especial. En general, lo considerado normal no necesita ser recordado (excepto en la educación de los niños). Por ejemplo, si nos caemos en un suelo lleno de suciedad y nos manchamos las manos, no hace falta incidir en la necesidad de lavarse. Todos tenemos asumido que se hace y ya está. Imaginemos que, poco a poco, vamos perdiendo la costumbre de lavarnos cuando nos ensuciamos las manos, hasta que nos volvemos a dar cuenta de la sensatez que supondría volver a hacerlo e iniciamos un movimiento de recuperación de la higiene de las manos. Sin duda, la existencia de un tal movimiento explicitado y consciente sería indicativo de que hay una grave carencia. Seguir ese nuevo movimiento, aunque mejor que seguir con las manos sucias, supondría en realidad un paso atrás respecto a la anterior práctica asumida, inconsciente, de lavarse las manos de forma automática, sin pensar. Del mismo modo, la cocina de aprovechamiento supone un paso atrás respecto a su práctica efectiva inconsciente.


Así que, en ocasiones, como en los casos que hemos visto, la inconsciencia, el automatismo de ciertos actos puede ser un signo de salud, de normalidad. Muchas veces, la degeneración que apreciamos en ciertos ámbitos, incluso teóricos, se debe a este mismo fenómeno. Por ejemplo, en pedagogía. En los últimos enfoques que se hacen desde esta disciplina, se explicitan actitudes o características que debe de tener el profesor (empatía, respeto por las opiniones de los alumnos, capacidad de invitar a la participación, etc.) de manera que el mismo hecho de explicitarlas, antes que reflejar un ejercicio de reflexión sobre la práctica docente, refleja que eso que se destaca es algo que no se tiene interiorizado (igual que, el que tiene que pensar cómo dar los pasos para caminar bien, no tiene el procedimiento automatizado del todo). Pero, además, tener que explicitar lo que tendrían que ser obviedades o automatismos nos desvía del objetivo principal: en el caso de la cocina, cocinar bien y de forma saludable; en el caso de la docencia; transmitir con claridad ciertos conocimientos. Pero como hay que estar recordando lo que tendría que estar asumido, al hablar de cocina se pierde el tiempo hablando de la conveniencia de aprovechar los alimentos, y al hablar de la docencia, se pierde el tiempo destacando que, por ejemplo, el profesor debe atender las dudas de los alumnos. Al final, parece que, cuando se trata de cocina, lo menos importante es cocinar, y, en los manuales de pedagogía, parece que transmitir contenidos sea la tarea menos relevante del profesor. Así que no explicitar algo no tiene por qué significar desconocimiento o falta de atención o carencia. No siempre lo que se hace inconscientemente es irracional. A veces, se trata de conocimientos o usos tan interiorizados que pasan a automatizarse de manera que no es necesaria nuestra consciencia para llevarlos a cabo. Y así nuestras fuerzas más conscientes pueden centrarse en lo importante y difícil verdaderamente.

5 comentarios:

  1. Muy de acuerdo con tu magnifico artículo. Solo has sacado a la superficie la punta del problemas, que como no se te oculta es global y total.
    Somos conscientes de que hemos hecho mal, de ahí el volver atrás explicitando.
    Un saludo amiga Laura.

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    1. Gracias por tu participación Alberto Antonio. Sí, el fenómeno se da en muchas áreas diferentes, tanto teóricas como prácticas. Como comentas, la parte menos negativa es que el fenómeno implica que nos damos cuenta de que nos hemos desviado de lo correcto. Pero lo más importante sería detectar las causas de esa desviación. El ser humano es un misterio pero hay que intentar entenderlo.

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    2. Eso pensaba yo, que el ser humano era un misterio. Pero no lo es, es muy previsible, todo se reduce a las improntas de animal que somos: comer, copular y morir.
      Solo nuestro raciocinio, nuestra psiquis, nuestro espíritu nos aparta del animal puro que somos, es ése el que se dá cuenta de que no vamos por el camino correto, y el que trata de rectificar.
      Un abrazo

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    3. Bueno, no creo que todo se reduzca a nuestra faceta animal (y, por otro lado, los animales tampoco son del todo previsibles). Tampoco creo que esté claro que siempre que nos desviamos del camino correcto sean nuestros impulsos animales los culpables. A veces el ser humano presenta un gusto por el mal difícil de entender y explicar, e inédito en el resto de animales. Seguimos siendo un misterio para nosotros mismos pero me parece que la mejor arma para enfrentarnos al misterio es la razón.
      Un abrazo Alberto Antonio

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    4. A veces el ser humano presenta un gusto por el mal difícil de entender y explicar, e inédito en el resto de animales.
      Desde luego la capacidad de hacer el mal por el gusto de hacerlo, del ser humano, no tiene parangón en el mundo animal, solo encuentro explicación en la espiritualidad, los creo poseídos por un demonio del mal.
      El animal solo sigue su impronta, no puede hacer otra cosa, no tiene libre albedrío.
      El ser humano (sin estar claramente poseído) al seguir solo su impronta animal se aparta de su espiritualidad, se abandona al mundanismo, se goza en la concupiscencia, y es cuando yerra el camino. Por esas razones siempre le hecho la culpa a la “animalidad” en el ser humano, aunque quizás sea injusto con los animales, pues ellos no son concupiscentes (al menos la mayoría, salvo quizás algunos primates).
      Un abrazo

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