No hace mucho tiempo en Francia se
produjo la expulsión del país de ciertos europeos pobres pertenecientes a una
etnia y cultura despreciadas. También hace pocos años se produjeron en ciertas
zonas suburbiales algunos incidentes relacionados con la pobreza y el racismo
que padecen ciertos sectores de la población. Esto sucedía con Sarkozy al
frente de la república francesa. Estos últimos días, en algunas ciudades de
EE.UU. está sucediendo algo parecido; el desencadenante de las protestas y
disturbios ha sido el asesinato de un chico negro a manos de la policía. Esto
está sucediendo con Obama al frente del gobierno. Desde luego, concluir que el
racismo o la marginación de ciertas clases sociales existe no es descubrir nada
nuevo. En este sentido, no es sorprendente lo sucedido. Lo llamativo es que se
haya producido bajo el mando de quienes se ha producido: gobernantes que, a
priori, parecen compartir con las víctimas protagonistas de los incidentes una
cierta identidad.
Sin duda, si Obama fuera un negro
del suburbio machacado por los problemas económicos y acosado por la policía,
su discurso y visión sobre el tema serían muy diferentes. Esto nos tiene que
hacer pensar que, en el actual sistema, la identidad no es algo que da el
origen, o el color de la piel, o el sexo (en este sistema, cuando gobierna una
mujer, los intereses de las mujeres están igual de mal defendidos que cuando
gobierna un hombre). Por si no está claro: Obama en realidad no es negro, como
Sarkozy no tiene realmente orígenes extra-franceses; el primero es
estadounidense y el segundo es francés, esto es todo lo que importa. Su tarea
es velar por los intereses de sus
respectivas naciones. La identidad única y buena que se admite es la
nacionalidad, todas las demás identidades se consideran sesgadas y enemigas de
la identidad nacional. El discurso de fondo, tan inocente como engañoso, es
algo así: “Da igual ser blanco o negro, todos somos estadounidenses”.
En Occidente cada vez es más
difícil que los individuos se identifiquen colectivamente con algo que no sea
su nacionalidad. Esto hace que, más allá de la alienación, un negro pueda ser
racista, una mujer machista o un obrero clasista. Ahora, eso sí, muchos irían a
la guerra por defender a su país. Pero,¿qué
quiere decir un político hoy en día cuando apela, explícita o implícitamente, a
la nacionalidad como aquello que une a todos por encima de cualquier otro rasgo
identitario? Que la única identidad aceptable es la de posicionarse del bando
de ciertos intereses económicos: los que, según ellos, hacen prosperar al
Estado-nación. Así, podemos ver también que el carecer de una cierta identidad,
digamos, étnica (por ejemplo, el no ser judío) no evita que esa identidad pueda
ser defendida como algo propio si están en juego los intereses económicos
adecuados. ¿Qué intereses económicos? Los de la nación; los tuyos no.
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